martes, 30 de enero de 2007

Cuando tengo que escribir




Cuando tengo que escribir se me ocurren una infinidad de posibilidades de escape a esta necesidad. Con otras necesidades no pasa lo mismo, si quiero cagar, voy y descargo mis desperdicios corporales, si tengo hambre, puedo aguantar un poco, pero al rato me preparo cualquier cosa y problema resuelto. Será entonces otro tipo de necesidad esta de teclear o de garabatear letritas. Pero ya esta acá y lo que antes (en la caminata nocturna por la ciudad o al final de una película) se presentaba como un escenario poblado de posibilidades y entretenidas continuaciones no es más que un retortijón en el estómago, un antojo fugaz de abrir la heladera. Miro por la ventana, tomo un té, termino el té pensando en lo que vi por la ventana, simulo no recordar ninguna otra necesidad que la de acostarme temprano por una vez, regreso hasta la habitación en desorden fatal y ya está acá... Ahi la ventanita del blog me sugiere ciertos parajes: "motocicletas, vacaciones, otoño", nada de éso: Paris, autoexilio sin problemas políticos más que un escepticísmo derrotista a todo control. Y como si en ése desdén aventajado se tejiese cualquier futuro, vuelvo a mirar por la ventana lo desierto de Montmartre y sus luces, el molino allá arriba, más arriba que los edificios debiluchos que levantan cabeza hasta ser ignorados por el horizonte que sepulta todo más lejos que nada. Sé que hay un cursor titilando a la espera de una sentencia, que cuente la leyenda del molino o de aquel divorcio prematuro. Hay otras razones, que con una vueltita de tuerca más se volverían entretenidas continuaciones, decir por ejemplo, el cielo esta nublado y titilan las las tetas de mi vecina allá enfrente. Observar al Molino con los binoculares se me tornó, justamente, un torno sin sentido y en torno a ésto busqué en derredor algún detalle hasta que calé que mi vecina de enfrente trabajaba, ejem, de puta. Dada la proximidad con Pigalle confirmé mis sospechas. Por rápidas deducciones obtuve el piso, y su nombre por el buzón de la entrada del edificio pero no me animé a visitarla. Además viendo la concurrencia, seguramente no hubiese ni respondido, pensé yo la tarde que me mostré más decidido, tarde fría, olvidable como pocas si no fuese por esta nueva necesidad. Es acá que debería regresar a la compu y meter enseguida lo de la Leyenda del Moulin de la Galette. Contar que durante la ocupación cosaca, la zona de Montmartre se llamaba "Comuna de Paris", y era principalemente rural, con chacras y molinos. El nuestro fue inmortalizado por varios peintres (destacaremos a don Vincent) y está en lo alto de la colinita lateral del Sacre Coeur, sobre una rue aserpenteada y caprichosa. En fin, se ha escuchado que Napoleón cayó del caballo en una de sus incursiones y dictaminó que había que hacer una calle allí mismo, rue que adoptó tiempo después el nombre del general Lepic. Es en esta misma calle que lleva hasta el molino que vive mi vecina. Inútil pensar en si esta damicelle conoce el funesto origen del molino, "molino, molino...mm Moulin Rouge?" nos responderá. No le diré que un grupo de cosacos tuvieron trifulca con el molinero y uno de sus hijos, que acto seguido fueron masacrados y colgados en pedazos de las astas del mecanismo giratorio-tritura-trigo. Que la viuda, al llegar al pie del molino y guarecerse del horror inaudito, dicen que horneó la Galleta. La Galleta del Molino. Muy loca esa señora, como esta otra que ahora me muestra el culo al agacharse para buscar algo en un estante. Intento afinar un poco más el largavistas para no tener que imaginarme que lo que la vecina acaba de sacar de su estantería son galletas. Galletas... qué hambre me da todo ésto. Está bien, como nunca pude acostarme con una puta por motivos que desconozco, la jugaré de otra manera. Le voy a enviar una torta, sí, un pastel delicioso me parece ser el justo conciliador para casar estos mundos. Igual no entendería. Desde la ventana de mi salón veo un setenta por ciento su cocina y desde mi habitación, una porción de lo que será su habitación. Claro que esto último esta casi siempre bajo el albergue de las penumbras que una persiana americana semi cerrada guarece. Maldita.
Creo que me vió. Esta mañana cuando desayunaba con mi mate y mis binoculares a mano, le pegué una espiadita y me vió seguro. De nada sirve hacerse el "otro" voy a ir directamente y se acabó. Total no se puede asustar.
(Entré fácilmente dado que tenía el código de la puerta, después subí de a dos los escalones hasta el quinto piso, donde vivía la chica. Golpeo la puerta y espero)
-¿Quién es usted? -me pregunta una vieja horrible con el ceño fruncido. Me debo haber equivocado de piso, sin embargo sé que es ahi.
-Busco a la chica -digo con fingida firmeza.
-Ya no vive aquí, disculpe y cerró la puerta en mi naríz.
Vuelvo a casa desorientado. Subo las escaleras de mi edificio con un lento rítmo mecánico, sin gracia, como sabiendo la que me espera. Y es así: otra vez el desorden y un fondo de pantalla que retuerce lineas rectas y devuelve rombos y figuras: lo más creativo que mi computadora puede lograr esta noche. Voy hasta el salón, entra una luz tenue pero suficiente para revelar los binoculares al lado de la ventana. Enfrente todo esta mudo. Nada recuerda el cuerpo de mi vecina. Regreso a la habitación donde hay tantas cosas abandonadas y atravieso el lugar como un arqueólogo en un yacimiento prehistórico. Igualmente lógico ver el champú al lado de la chimenea como una taza de café en la ducha. No tengo reloj por miedo a las horas, no miro la hora por miedo a tomar consciencia de mis necesiadades. Pero se que es bien tarde, que la gente ya ha cenado, que estarán por emprender las actividades de reposo nocturno para encarar mañana sus misiones cotidianas.
Echo una mirada descuidada al molino con su pequeña formación de escuálidos edificios escalonándose, perdiendo pie, ahogándose. No quiero recurrir a los binoculares para comprobar que la chica tampoco cuelga en las astas ni escribir cualquier cosa para poder apagar mi computadora. ¿Qué hora será? Creo que aún no he comido...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bienvenido!
este pibe, tu autoretrato, muy impulsivo...tiene ideas atractivas pero no quiere ensuciarse las manos en la cocina, hornear un rico pastel...vos en cambio tenias q escribir y te estamos leyendo. Brindo x la buena cocina, el ritual del hechicero, la mistica
Abrazo, Nico

facu dijo...

Saludo el blog y la duna y las palabras; los escapes a las necesidades vitales y el escepticismo derrotista que los promueve y nos mueve. Saludo a la vecina que así te mueve, y el té en la ventana.
Saludos
Facu

fernando sdrigotti dijo...

Marcos abre la ventana y ve un molino... Qué diferente a la menial lavandería que recibe mis mañanas. ¿Pero cómo podría ser de otra manera?

No puedo contemplar otra forma de vivir para este personaje que la poética desorejada de ese molino, de esa prostituta, de ese olor a té turco con el que Marcos abre los pulmones al bafo de París.

Qué París huela mal no deshonra la poética de mi alter ego parisino.

Cuántas mañanas veo ese molino desde tus ojos Marcos... Cuantas veces tomo mate en tu sala, sólo para sentirme más cerca de esos colores que te inspiran, de esas musas que quitan letras de tus pensamientos y las plasman en una pantalla titilante.

Un abrazo desde la ciudad de la niebla.

Unknown dijo...

Interesante relato. Es bueno saber que hay necesidades cotidianas que no se estrechan la mano con lo rutinario y cansino. Habrá que seguir en la búsqueda de nuevos ciclos de vida, de nuevos molinos. Un abrazo. Matias